viernes, 25 de enero de 2008

Y cayó de las alturas... (I)

A treinta y dos mil pies de distancia, visto desde tierra, un avión es apenas un punto diminuto en movimiento seguido de cerca por una línea, una estela de vapor de agua cristalizado. Si una frase puede ser considerada una línea que el punto termina y separa de otras, entonces el rastro de un avión en vuelo sería una escritura celeste, insignificante y fugaz en una página que insiste en su blancura.
En la lejanía, apenas una minúscula aguja de punta acerada atravesando el espacio como un velo de Maya tratando quizá de desgarrarlo o al menos, sino de develar misterios, sí de unir los extremos, lo distante con lo próximo, lo familiar con lo desconocido, como si la extrañeza fuera exclusiva de un origen marciano y no pudiera llegar de aquello que alcanzan a palpar las yemas de nuestros dedos.
Un avión en pleno vuelo es una interrogación lanzada a Dios. La trayectoria que describe, con los sucesivos despegues y aterrizajes, una línea discontinua que alcanza momentos culminantes cercanos a un desafio babélico. La altura que llega a tomar acerca al hombre a lo divino, sustituye su comprensión falible por la mirada que percibe el concierto universal. Pero a los rebeldes y orgullosos que tratan de alcanzar el lugar de Dios, Él los divide y enfrenta a la manera del Maligno. Para que no se entiendan los unos con los otros, confunde sus voces porque el conocimiento viene dado por la palabra y les dispersa por la faz del mundo. O quizá sea que la confusión llega cuando recorrida en todos sus peldaños la escalera de caracol hacia el cielo de esa torre babélica uno descubre el vacío central.
Un avión en las alturas: El fuselaje cilindrico sustentado por dos alas en planta de flecha, propulsado por un motor turbohélice, desplazándose por el espacio aéreo a velocidad subsónica. Del otro lado de las ventanillas, al menos un centenar de pasajeros ordenadamente dispuestos en una cabina situada por encima de las bodegas de mercancías en la que, bien amarradas, se encuentran sus pertenencias. Uno de ellos: La mirada contemplativa en un apartado del mundo que pareciera, a su merced, el inofensivo juego de sus manos que como las de un crío levantaran montañas como carpitas y espolvorearan verdes y azules a su capricho. En la cabina presurizada sólo se escucha un tenue hilo musical, quizá la Heroica, y alguno podría pensar en la música de las esferas celestes, en la fuente celeste y primera a la que se une en dulcísima armonía.

Vagidos ciegos

El que trata de escribir el mundo con trazo limpio y rastrilla la hoja con pulcritud de jardinero, el que borra las convenciones y las reescribe sin solicitar el permiso ajeno, el que en sus representaciones desnuda el mundo de sus accidentes, este infeliz digo, que requiere de una palabra fuerte y llegada de fuera como el recién nacido que emite vagidos ciegos de la palabra de su padre, no encuentra más que un resultado geométrico, de líneas, formas y colores y una materialidad viscosa, en profusión protoplasmática, una sopa originaria, incognoscible y final. Pero ocurre que por una agrupación grumosa que tiende a una repetición siempre distinta la materia aparece dispuesta en estructuras figurativas como las limaduras de hierro en torno a un campo magnético.

miércoles, 16 de enero de 2008

¿En el principio fue el Verbo?

Mundo y escritura eran uno solo para el Discípulo Amado: mediante la eficacia de la palabra de Dios se logra la transubstanciación del mundo en la palabra. La profesión de fe con la que se inaugura el cuarto Evangelio dota a su escritura de una eficacia simbólica no sólo en tanto que palabra de Dios, sino sobre todo en tanto que palabra en Dios.
Muchos renglones torcidos más tarde, un personaje, la representación de una representación, sin nombre propio o al menos de nombre dudoso para él mismo, la representación de una representación, abismado en la incertidumbre de su propia existencia pronunciaba en un sueño, la representación de una representación, las siguientes palabras: "El mundo está compuesto exclusivamente de puntos y de líneas porque es a la vez continuo y discontinuo: el punto representa el espacio y la línea el tiempo". Mundo y escritura siguen siendo uno y el mismo problema pero esta coincidencia no nos acerca a la comprensión de lo que queda del otro lado de las yemas de nuestros dedos.

lunes, 14 de enero de 2008

El diabólico Henry Gale

Tras ver el capítulo 17 de "Perdidos" titulado "Toda la verdad" no puedo evitar hacer cábalas sobre quien podría ser Henry Gale. Aunque el fin del capítulo con el descubrimiento por parte de Sayid de un cadáver identificado como Henry Gale pone en evidencia que el tema a tratar será el de la suplantación de la identidad, un mínimo detalle del episodio me lleva a pensar que el papel de Michael Emerson podría relacionarse con los de Anthony Perkins en "Psicosis" y Tony Curtis en "El estrangulador de Boston" o, en otro sentido, los de Kevin Spacey en "Sospechosos habituales" y Edward Norton en "Primal Fear".

La aparición de Gale pone en alerta al grupo de supervivientes acosado por la amenaza externa de los Otros. La manía indagatoria del personaje y sus comentarios sibilinos a Locke sobre el trato vejatorio del presunto líder, Jack, le hacen parecer antipático y sospechoso a ojos del espectador que secretamente aprueba el ensañamiento al que se le somete. Por otra parte, la blanda fragilidad que exhibe resulta ser excesivamente obvia y detestable. Gale juega al rol de víctima, el fondo equívoco de su persona, el brillo húmedo de sus ojos, la entrega sin resistencia o quizá su debilidad ab initio, desde el mismo momento de su aparición, atrapado en una red como una pieza que se ofrece al cazador logra atraer al victimario y procurarle un objeto apto para ejercer su sadismo. Gale podría ser el cordero que, elevado como víctima a los altares, redimiera al grupo de su cautiverio en la isla cercado por la amenaza de los Otros porque es el ejercicio de la violencia y no el de la piedad el que procura la liberación.

Después de que Sayid se descubriera incapaz de obtener la verdad del prisionero a pesar de sus métodos expeditivos, se hizo necesaria otra prueba de la identidad de Gale. Mientras que el grupo se desempeña en la selva para encontrar, de acuerdo con las indicaciones del prisionero, los restos de su pasado que confirmen la veracidad de su historia, en el refugio tiene lugar otra puesta a prueba paralela y no buscada. Locke, atrapado bajo una de las compuertas, no tiene más remedio que confiar en su prisionero para desactivar el mecanismo del refugio. Pero, tratando de alcanzar el conducto de ventilación, Gale se cae y pierde el sentido. Al recobrar la conciencia balbucea frágil y da la sensación de estar confuso y perdido. En este punto la composición del personaje (el de Emerson y, quizá, el de Gale) se me hizo familiar, quizá por su demasiado evidente fragilidad unida a la duda que planea sobre él, y recordé aquellas otras citadas.

Si Gale no es quien dice ser podría ser que ni él mismo supiera a ciencia cierta quien es, podría ser un desconocido incluso para sí mismo porque si no sabe de dónde viene tampoco será capaz de orientar a los náufragos o al espectador en su errabundeo. Gale sería entonces un ego débil, una identidad quebrada, necesitada de una reconstrucción, un alma perdida más en la isla. Si por el contrario Gale fuera el personaje de un personaje, si jugara a la doble encrucijada, si las tornas giraran y se revelara en verdugo y cazador, en una mente maquiavélica y omnicomprensiva que urde tramas y pergeña planes desde las sombras como el sádico Aaron o el enigmático y fullero Roger 'Verbal' Kint, si su entrada en escena fuera una maniobra orquestada para hacerse con el liderato del grupo, una hábil jugada en la que carta a carta, con ardides y fullerías, como Sawyer y Jack se juegan el liderato frente al grupo con un póker simbólico cargado de resonancias, pretendiera hacerse con el control, entonces el revelado del verdadero Henry Gale podría no sólo remover todas las certidumbres de poder en la isla sino también descubrir el reverso de toda figura paterna, el "diabolos", el Anti-Cristo que desune las alianzas y derroca los bastones de mando y, a través de las grietas de la separación, abisma al individuo al fondo de azar de su existencia.

Aunque todo apunta al cumplimiento de esta última, la hipótesis de una identidad quebrada podría ser no menos interesante. La introducción de una personalidad disociada permitiría mantener el misterio sobre los Otros y de manera racheada, a medida que su esquizofrenia revelara su otra cara, dar vislumbres del origen oscuro que sin lugar a dudas, con independencia de su conocimiento o desconocimiento, tiene el personaje. Entonces Gale sería como Albert, el protagonista de "El estrangulador de Boston", un desconocido para sí mismo. Albert, el respetable padre de familia horrorizado con el magnicidio del presidente, que descubría como por fogonazos en su cara a cara con la Ley personificada en Henry Fonda, sus más oscuros y reprimidos instintos, el reflejo tenebroso contra el que no puede enfrentarse sin menoscabo de su integridad, perdido en un estado catatónico, encerrado en una blancura ilimitada y sin accidentes como sugiere el último plano, en un castigo poético para los que aciertan a ver demasiado en el pozo ciego del ego.

miércoles, 9 de enero de 2008

Eko o el temblor de la Voz

Con el inicio de la segunda temporada, surge con fuerza otro candidato de enorme estatura: el nigeriano Eko. La carta de presentación de este personaje es el magnífico capítulo "El salmo 23" que realiza un somero y poético recorrido por su vida (quizá el acabado excesivo del capítulo sea lo único que pueda objetársele). El desarrollo lineal del pasado de Eko empieza cuando una guerrilla paraliza la vida despreocupada de un poblado, arrodillan al cura de la iglesia y obligan al miembro más joven de la aldea a disparar contra el más viejo en una ceremonia iniciática perversa aunque inseparable de la naturaleza humana, matar al padre. El hermano mayor de ese crío, en un gesto protector que anuncia la cruz que lleva sobre su pecho, empuña por él la pistola y ejecuta al anciano. Significativamente, el guerrillero le arranca la cadena con la cruz puesto que con su acto no sólo se ha condenado sino que ha rechazado al Padre. En el siguiente fragmento, se nos presenta a un Eko ya maduro dedicado al tráfico de drogas, desprovisto de alma, según se nos dice, que ejecuta a otros dos traficantes pero se contiene en cambio ante un muchacho que lo presencia. Habiéndose agenciado de un alijo de heroína, Eko acude a su hermano, el crío que años atrás recogiera la cruz caida en la tierra y que ahora se nos aparece investido de sacerdote, para que le sirva de tapadera para sacar el alijo del país. Como éste se niega no le queda más remedio que hacerse ordenar sacerdote lo que le devuelve simbólicamente la función tutelar que había perdido. Los falsos hábitos de Eko deben relacionarse con las estatuillas de la Virgen que esconden el alijo y con el bastón de Eko grabado con inscripciones y con una mancha de sangre.



Un bastón de mando que no sólo remite a la brutalidad tribal del nigeriano sino también a la vacilación de su palabra juramentada porque en su superficie que como en un palimpsesto sobreescribe una y otra vez se confunden los grabados de pasajes del salmo 23 con la inscripción de palabras llenas de odio. El capítulo trata entonces de la condición equívoca de lo sagrado, del vacilante tartamudeo con el que se pronuncia la palabra juramentada, porque el bien y el mal no están tan distantes como pueda parecer, según dice el propio Eko. Lo único cierto es la sucesión de unos ciclos de poder, la vertiginosa aparición de un presunto líder, de una potestad paterna y la constante amenaza que pende sobre el que de manera inminente caerá derribado por otra nueva figura que se erguirá poderosa aunque todas las certezas estén corroídas de antemano como el cuerpo del falso padre que Eko encuentra en la avioneta, corrompido e irreconocible. Nos queda la duda de por cuánto tiempo logrará Eko imponer su mando y voluntad, contener cercada a la bestia que le acosa que no le viene sino de dentro, del hórrido tumulto sin nombre que borbotea en las entrañas del que como él conoce la contingencia que, sin criterio ni razón, levanta a unos y hunde a otros en lo indiferenciado del acontecer. Por cuánto tiempo sobrevivirá Eko al destino contenido en su nombre, que es el de terminar por saberse simulacro de Voz, reminiscencia de algo cuyo Nombre desapareció sin dejar más rastro que un temblequeo agónico pronto a extinguirse.

Padre, perdóname...

Los pasajeros supervivientes del vuelo 815 de Oceanic, perdidos los referentes de su vida anterior y en un terreno extraño y hostil, encarnan el mito del renacimiento. Expelidos del confortable entorno uterino del avión de pasajeros lo único que puede importar es la designación de un líder, alguien fuerte y voluntarioso capaz de dar amparo y protección, de hacer frente a las amenazas desconocidas y de dirigir a la prole dispersa como un padre a su progenie. El bebé recién nacido de Claire es, en este sentido, un espejo de la vulnerabilidad y el desamparo del grupo.

Si en el primer capítulo parece deducirse de su absoluto protagonismo el liderazgo de Jack Sephard, pronto el misterioso Locke rivalizará en la asunción de la paternidad del grupo y en la distinción de héroe. Claro está que del otro lado, del lado de los desamparados, quedan personajes como Charlie Pace, una ex estrella del rock dubitativo y drogodependiente, o como Boone, el débil protector de su hermanastra de la que está secretamente enamorado, personajes que pronto se constituyen en meros apéndices de los voluntariosos Jack y Locke.

Uno tras otro los presuntos líderes fallaran al grupo, caerán como ídolos de barro para levantarse de nuevo perdida su estatura heroica, relegados a su condición de desamparados. Una culpa originaria, un pecado adanita acosa a todos los personajes, sobre todo a los que parecen destinados a encabezar el grupo. La isla devuelve el pasado a sus habitantes, las arenas de la playa terminan por descubrir aquello que se entierra en ellas, del agua emergen los ahogados y el espesor de la selva oculta los más atroces y cervales monstruos del inconsciente.

Jack, el médico, el apolíneo dador de vida, afrontará la presencia fantasmática de su padre aparecido de entre las palmas, el padre suicida cuya ausencia resquebrajara su firmeza. Jack como su padre una y otra vez será incapaz de salvar la vida de los otros. Por otra parte, los votos hueros que pronunciara en su matrimonio fallido le descubren como un personaje que jura en falso, falaz y desprovisto de palabra, una máscara trágica de héroe atravesado por la duda.

En cuanto a John Locke, el experto cazador se encuentra unido a su padre hasta las entrañas, por así decirlo, después de que éste se la jugara de manera artera y le abandonara a su suerte. Tras el accidente aéreo, Locke recupera milagrosamente la movilidad en sus piernas paralizadas. Por ello, sus móviles son los del fanático que por una suerte favorable se cree capaz de los mayores empeños, de redimir a los demás y de obrar milagros con la sola fuerza de su voluntad como un nuevo Jesucristo. Tiene una fe inquebrantable en el destino y en una suerte de plan universal que da sentido a su vida y a la permanencia en la isla. Apenas he visto la primera temporada y algunos capítulos de la segunda, pero me atrevería a decir que el desengaño de Locke, cuando éste tenga lugar, podría ser un hito en la serie.

El otro presunto líder es el travieso Sawyer. Su progresiva integración en el grupo, así como el revelador momento en el que el bebé de Claire deja de llorar al escuchar la Voz del Padre, apuntaban en ese sentido. Sin embargo, la culpa de la desaparición de Walt recaerá en Sawyer (y no en su padre Michael, otro padre putativo de una larga lista) que a esas alturas es el padre designado y el que recibe el disparo en el momento de la desaparición del niño.

¿Será posible que Hugo pueda también optar al liderazgo? Su apellido "Reyes" podría dejar campo abierto a esta posibilidad. De cualquier modo, lo que es seguro es que si "Lost" es una obra de nuestro tiempo, ningún personaje será capaz de redimir al resto, de dirigir al grupo o de encontrar el camino de vuelta. El regreso es imposible. Locke jamás encontrará la llave a la cerradura. Cuando parece haberlo conseguido, con el descubrimiento de la fortaleza subterránea, como un regreso al útero en el que encuentra un inquilino instalado confortablemente, es para de repente ser expulsado al mundo en un nuevo rompimiento de aguas. Por ello es incierto creer que puedan ser despejadas las dudas, aplacados los temores o desentrañado un pretendido sentido oculto. El Nuevo Mundo de la isla no revelará jamás su secreto y los robinsones no podrán ser encontrados.